domingo, 30 de agosto de 2009

SIEMPRE ES 26


SIEMPRE ES 26






Esa vez, te encontrabas en aquel edificio de la Secretaría de Comercio, en ese piso 5, donde una vez llegaste con Alfredo. Recuerdas que preguntaron por Antonio Murrieta, los hicieron esperar unos minutos, y apareció Jorge Salazar, que saludó afectivamente a tu padre. Cruzaron palabras y te enfrento, para decirerte que el trabajo era tuyo. Tu papá salió del edificio y tú pasaste a formar parte de la burocracia mexicana.

Y ahí estabas en ese mismo lugar cuando sonó el teléfono y era Martha, que te explicó que tu padre estaba enfermo, que llegó de un viaje por el estado de Yucatán, y se tuvo que regresar enfermo.
Le pediste los datos para trasladarte al hospital Mocel de la San Miguel Chapultepec. Sin embargo no lo hiciste de esa manera, esperaste que pasaran algunos días y seguramente se recuperaría.

No fue así , los telefonemas fueron más insistentes y Martha te dijo, fijate que sigue mal, así que no tuviste más y acudiste a la calle de Gelati.

Al llegar acompañado de tu amigo Gustavo, el flaco, buscaron la habitación , no recuerdas el número, pero sí la impresión que te causó ver al autor de tus días en tan mala condición, a tu padre que todo lo podía, a quién no había quién le chistara, porque su voluntad era su santa voluntad.
Le preguntaste que como estaba procedió a saludarlos, a Gustavo le dijo que parecía cerdo que si comía avena, a ti te saludo como siempre. Quiubo¡.

Te dijo que fue a Yucatán, y una tarde le dío comezón en el pie , no recuerdas si el derecho o el izquierdo. Te dijo que acudió a ver a un doctor local quién a su vez le recetó una pomada para que se untara en su dedo gordo.
Los resultados te dijo no sirvieron porque le comenzó a dar una temperatura que casi siemore pasaba de los 39 grados. Esta a su vez se hacía acompañar de grandes expulsiones de flemas que parecían por momentos ahogarlo, además de esto, unas manchas color violeta esparcidas en todas la direcciones de su cuerpo.
Pasó la hora de la visita, y procediste a ir a tu casa.

Dos o tres días más tarde, Martha te volvió a llamar, para decirte que seguí en peores condiciones. Tal fue el grado que se decidió trasladarlo a otro hospital, esta vez fue uno llamado el ABC, que se situa por los rumbos más mentados de Observatorio en la ciudad de México.

Llegaste apresuradamente, porque según los datos de Martha, le quedaba poco, subiste al coche rambler, ese coche que alguna vez le compraste a un gachupín.
Tomaste la avenida Chapultepec, y recuerdas que saliste como pedo por la avenida de los constituyentes, creo que como a ciento veinte, hasta que notaste la señal de otro conductor que te dijo con la mano que calmaras tu actitud.

Entraste al hospital ABC y ahí estab con diversos especialistas de todos los temas.
Una vez entro al cuarto un doctor de pelo chino y comenzó a revisarlo con suma paciencia. Cuando terminó le dijo señor, creo sabre lo que tiene usted, no debe de preocuparse porque desde este momento le aplicaremos los medicamentos que proceden.
Otra vez se apersonó un doctor que decían era hermano de el ex presidente de México Luis Echeverría, este creo se llamaba Eduardo, de igual forma lo revisó y tontamente le preguntó por su malestar, de cómo se sentía, tu padre por poco le mienta la madre, nomás le dijo póngase usted en mis zapatos doctor.
Las manchas violetas no cedieron nunca, y se hacían más escandalosas porque la piel de tu padre era sumamente blanca , lo que hacía relucir esas manchas por todo el cuerpo.

Pasaron los días y la mejoría nunca se vió, tu padre se notaba cada vez peor, él mismo lo decía a Fernando que sabía de su próxima muerte, pero se le daba ánimos con el propósito de calmarlo. Ningún método servía, creo que haste se llevó un brujo para que con sus artes lograra sacarlo de su mal. Pero no, este seguía avanzando inclemente, inmisericorde.

Esa tarde de octubre, fernando debió quedarse a cuidar al enfermo pero no llegó, su alegato fue que se le ponchó una llanta. Así que optaste por quedarte esa noche fatal.
Seían las doce de la media noche cuando se levantó se súbito, en franca precipitación, ordenándote que llamaras a un médico, saliste apresurado con tu cubre boca puesto , pediste ayuda y fueron varios, uno le colocó el estetoscopio, mientras otro sacaba un electro, las enfermeras revolvían las sábanas para despejar la cama. Un doctor barbón del que nunca supiste su nombre, decidió llevarlo a terapia intensiva.
Salieron rápidamente, las ruedas de la camilla se mecían de un lado para el otro, tú corrías a su lado. Tu padre levantaba los brazos, como en señal de ayuda, tú impávido no acertabas a hacer nada, porque los doctores lo impedían. Entraron a la sala de emergencias y el barbón le colocó sin piedad alguna los electrochoques en su pecho. Lo veías levantarse y caer, caer y levantarse.

No necesitabas ser especialista para saber que ya se había ido. Nadie se pone morado así como así.

Regresaste al cuarto en el momento en que sonó el teléfono y preguntaban por Alfredo el grande. Era un ingeniero de apellido Obregón, supusiste que retorció sus bigototes negros cuando le informaste que tu padre había fallecido.

Saliste al pasillo para encontrarte con Eloísa, que de inmediato lloró por su hermanito el menor.

Decidiste no hacerle caso y caminar a la calle, que te encontró con tu bata azul, esos guantes de latex, los ojos rojos. Comenzaste a recordar como había sido tu vida, los tropiezos que tuviste hasta llegar a ese momento tan despiadado. No soportaste más te sentaste en plena banqueta y lloraste a moco tendido.
Original de Alfredo Arrieta
Nec spe, nec metu
Sin esperanza y sin gloria
Para elpueblodtierra