viernes, 28 de agosto de 2009

AL ARTISTA


AL ARTISTA






Son la cinco de la tarde, después de ir y venir , de entrar y salir, de traspasar la reja bermellón de cruzarla con la cadena, de situar el candado y ejecutar tu obligación cotidiana de concurrir al mercado.
Pretendes gravitar pero debes estar pendiente al llamado de tu abuela. Te sientas en ángulo recto sobre el suelo, empuñas la guitarra y emprendes la comunión.

Una cara conocida te saluda a través de la ranura, interrumpes el canto, abres y entra, cruzan palabras y sales.

Sin esperarlo, a las nueve de la noche te encuentras sobre las losetas de mármol. La impaciencia por encontrar lugar se hace patente, una palmada en el hombro te empuja al interior de la sala.

Todo se exibió a tus ojos oscuramente, despareció el estilo arquitectónico de la época porfiriana, las lámparas y candiles debilitaron su luz, las alas de terciopelo guinda se desplegaron para dar paso al momento poético-musical, las palmas de las manos se golpeaban con furia eliminándo algún mosco imaginario, despertó la batería, la vaqueta cobró velocidad, el instrumento de los graves hacía resonar los bafles alemanes, la melena afroantillana del encargado del sintetizador se alborotaba, como si los aires artificiales del ventilador se posesionaran de su cabello, al mismo punto la guitarra se desperezaba, se sacudía las empolvadas cuerdas, los dedos delgados del maestro al piano se deslizaban por el teclado cual bailarina exprimentada e iniciaba los compases a seguir, el aplauso multiplicado te recordaba un aguacero sobre el tejado, el fantasma de donceles vagabundeaba divertido e invisible. Súbitamente apareció una figura escuálida que le impregnaba movimientos enérgicos al micrófono. Se conducía distramente por el escenario, su andar era el característico del boxeador balanceándose calculadoramente, midiendo la distancia entre él y el respetable, las luces azules, blancas, rojas y amarillas se estrellaban contra su cara angulosa, delgada y verde, color representativo de una barba recién rasurada.

Sabes perfectamente que no es el ídolo inflado que llega a excitar a las quince añeras, arrojándoles la camisa, lanzándoles un requiebro de cadera o una mirada salvaje de ojos; no era el muchachito afeminado que pretende descubrir América con cualquier pendejada de canción y anestésico ritmo, eso lo sabes claramente, algún rescoldo político intuyes cuando habla sobre ciertos locos con carnet apoderados de la tierra.
Palpas el arrojo de un ciudadano que te explica con toda la fuerza de la razón generada implícitamente en el verso, la manera como envuelven al planeta y se lo comen.

Original de Alfredo Arrieta Ortega.
Para elpueblodetierra.
Nec spe, nec metu

31 de diciembre de 1982.

México.

alfredoarrieta@terra.com.mx